(XX CONGRESO PCE CUADERNO 1: DOCUMENTO POLÍTICO Pagina 8)
La situación del Planeta en estos momentos en los que el imperialismo, como expresión del capitalismo en este siglo XXI, hace necesario plantearse cómo actuar frente a la ofensiva que trata de imponer la dictadura del capital, mediante la hegemonía de un pensamiento único neo liberal y el dominio de las riquezas y recursos naturales para ponerlas al servicio de una minoría, condenando a la mayoría de Ia población a estar bajo el yugo de las elites dominantes.
Plantearse cómo ganar esta batalla, frente a enemigo tan poderoso como es el capitalismo del siglo XXI, nos debe llevar a los Partidos Comunistas y Obreros, a las fuerzas anti-imperialistas, a los movimientos sociales y de liberación a plantearnos la necesidad de practicar una eficaz política de alianzas y un nuevo internacionalismo.
Un internacionalismo que sea capaz de aglutinar esfuerzos y potenciar luchas sociales y políticas en todo el Planeta, de forma especial, la lucha por La Paz y por el desarrollo de la calidad de vida de los pueblos a nivel mundial.
Para realizar el análisis del momento actual de la lucha de clases en el Planeta hay que tener en cuenta la crisis que sufre el capitalismo, teniendo presente que no se puede confundir crisis con debilidad. A pesar de que en estos momentos el capital tiene instrumentos poderosos para desarrollar una ofensiva en todo el planeta, no es capaz de resolver sus propias contradicciones y sigue sin estabilizar la economía en su favor.
Fruto de esta falta de capacidad para resolver sus contradicciones, el capitalismo empieza a sufrir en su seno un enfrentamiento entre el capital especulativo, el que se había situado por encima del territorio, de los gobiernos nacionales, el capital que basa su poder en los tratados de libre comercio y en la deslocalización de la economía y ciertas burguesías representantes de capitales que necesitan estar asentados en un territorio para desarrollar su dominio.
En esta confrontación el capital nacionalista, busca ganarse el apoyo de una parte de la clase obrera y las capas populares, la más afectada por la deslocalización y la globalización, para lo que desarrolla un discurso xenófobo y racista como elemento sobre el que construir una alianza interclasista que le permita enfrentarse con éxito en esta confrontación interna del capital. Nada nuevo en la historia.
Por ello, es necesario tener en cuenta que vinculado a la crisis y a las pretensiones del capital, se encuentra el fenómeno de las deslocalizaciones que no sólo benefician al capital con reducciones enormes de los costes salariales, al contratar una mano de obra desamparada y en ocasiones semi esclava, sino que en el territorio que las empresas abandonan se origina un incremento del «ejército de reserva» de desempleados que determina más bajada de salarios y más precariedad.
Es evidente que la dureza de estas prácticas y de la aplicación generalizada de las recetas neoliberales, por parte del capital monopolista, de sus instrumentos, como el BM o el FMl, y de sus representantes gubernamentales, sólo es posible en un escenario de absoluto desequilibrio mundial en la correlación de fuerzas, donde desaparecido el campo socialista el imperialismo no puede dejar crecer ninguna otra experiencia de transformación social, por ello actúa con contundencia y brutalidad frente a los procesos de América Latina.
Otro rasgo actual de la lucha de clases en el plano internacional es el recurso repetido a la agresión, a la guerra, para abrir mercados, apropiarse de materias primas o modificar relaciones geoestratégicas, todo ello en detrimento de la independencia y la soberanía de unos Estados, cuyos pueblos ven desplomarse sus conquistas en educación, salud pública, vivienda, prestaciones sociales, etc. como en un terremoto de violencia que les hunde en la miseria y la muerte. Es cierto que el recurso a la guerra es tan viejo como el imperialismo.
El imperialismo, en fin, con todos los rasgos que le son propios, pero actualizados hoy por las nuevas tecnologías, que propician la celeridad insospechada en el movimiento de capitales y la abrumadora preponderancia de su faceta especulativa, que caracterizan la llamada globalización, supone, en tanto que fase del capitalismo de naturaleza además intrínsecamente internacional, un polo de la lucha de clases en su nivel supranacional.
Esta realidad nos pone sobre el tapete, un rasgo más de esa lucha en la actualidad: la pertinencia de amplias alianzas de naturaleza antiimperialista. En efecto, al ser el imperialismo el polo preponderante del gran capital monopolista en nuestro tiempo, cualquier fuerza que se le oponga, aunque en sí misma no posea naturaleza de clase y no pertenezca a la clase trabajadora, sí comparte intereses con ella en el plano internacional. La iniciativa del ALBA, incluso un desarrollo progresista de la CELAC van en el buen sentido.
Del mismo modo, la poco conocida Organización de Cooperación de Shangai, fundada en 1996 y fuertemente relanzada hoy, juega un papel nada despreciable y potencialmente importante en articular el interés de varios BRICS frente a las pretensiones expansionistas del imperialismo en Asia, con las repercusiones que conlleva para los pueblos trabajadores respectivos. Por eso resulta necesario distinguir hoy entre la naturaleza de clase de determinadas realidades políticas, estatales o de derecho internacional y la funcion de clase objetiva que internacionalmente desempeñan de acuerdo con los compromisos que tienen contraídos.
En sentido inverso, obviamente, son instrumentos o actores de la lucha de clase, defendiendo a los grandes capitales, organizaciones comerciales, políticas, civiles o militares tales como los tratados existentes, pretendidos o en ciernes, de libre comercio (TTIP, CETA, ALCA, etc.), la Unión Europea, tal como la enjuiciábamos en la primera fase del XX Congreso, y naturalmente la OTAN.
El último punto de referencia del bloque imperialista continúa siendo EEUU con objetivos muy concretos. Conseguir el dominio universal de los hidrocarburos, controlar para ello el Medio Oriente, liquidar todas las manifestaciones de poder popular en su «patio trasero», fortalecer sus fichas geoestratégicas repartidas por el mundo, la Unión Europea, el Reino Unido del Brexit, Japón, Corea del Sur, Israel, las monarquías sunitas, presionar y cercar a Rusia, consolidar posiciones en Asia para asfixiar la expansión china, lograr el control de África para hacerse con sus recursos y materias primas. Lo que parece claro es que semejantes propósitos no sólo colisionan con multitud de Estados y sus intereses nacionales, sino que necesariamente confrontan con la clase trabajadora repartida por vastos territorios.
La base económica material que explica la agudización de las contradicciones inter-imperialistas es, en primer lugar, la crisis de superproducción a nivel mundial, que ha afectado principalmente en EEUU y la UE y ha tenido un impacto en el resto de economías a nivel mundial, provocando un descenso en la producción, desempleo generalizado, bajadas salariales, etc.
A su vez esto ha provocado un descenso en la capacidad productiva del bloque EEUU-EU, desplazando el eje productivo del atlántico a la región asiática. Si bien hasta ahora la hegemonía a nivel mundial se ha sostenido sobre el poderío militar, cultural y económico-productivo de EEUU-UE, la mayoría de analistas económicos coinciden en que en las próximas décadas la primacía en cuanto a volumen de producción y exportaciones va a darse fuera del eje atlántico, teniendo en China, Rusia, India y el resto de países del BRICS, el principal foco productivo. Esto es especialmente preocupante para EEUU, ya que no solo le afecta en cuanto a la pérdida de una posición hegemónica con respecto a la producción de mercancías dentro del sistema capitalista mundial, sino que dificulta su capacidad de dominación, al verse cuestionada su principal herramienta económica: la divisa, el dólar, el cual hasta ahora rige las transacciones comerciales a nivel internacional desde la ruptura del patrón oro-dólar de Bretton Woods.
Esta tendencia era percibida por parte de EEUU incluso antes de la crisis. Ya a finales de los 80 y principios de los 90, algunos de sus principales teóricos, dando por hecho la victoria de la contrarrevolución en el bloque socialista, planteaban que el principal objetivo era asegurarse que los nuevos estados capitalistas no fueran capaces de adquirir una agenda e intereses propios, destruir a aquellos estados que puedan ser rivales en un futuro o dificultar el crecimiento de posibles competidores.
Así pues, teorías como la del «Arco de crisis», es decir, una zona de conflicto que abarque desde Asia central hasta África central a modo de zona de interposición, han cobrado bastante sentido desde hace más de una década. La llamada Guerra contra el terror, desatada tras el 11-S, y sus consecuencias directas (intervención en Afganistán, Irak, desestabilización de Siria, creación y amparo de grupos terroristas) no sólo respondía a la necesidad de expoliar recursos naturales, sino también al objetivo de privar de los mismos a competidores directos como China, en su estrategia de crear una nueva «ruta de la seda» y perjudicar sus intereses en la zona del levante mediterráneo y el África subsahariana.
Por otro lado, el hecho de que Rusia fuese la sexta economía del mundo y el tercer socio comercial de la Unión Europea, alcanzando su intercambio en 2013, 326 mil millones de euros, hace que comprendamos el marco sobre el que se ha desarrollado el auge del fascismo en Ucrania, las subsiguientes sanciones comerciales ante la respuesta rusa y la campaña de ataques en el plano ideológico-cultural a través del cine, prensa, tv, etc. Con estas medidas, EEUU perjudica gravemente el consumo interno dentro de la UE que tenía un proveedor barato en Rusia, así como a las exportaciones rusas, mientras sale indemne al no tener muchos intereses comerciales ni intercambio comercial en Rusia.
La misma lógica de las contradicciones inter-imperialistas se encuentra también en la región del África subsahariana, donde a los factores de dominación habituales (hambre y pobreza extremas, enfermedades, gobiernos fallidos, etc.) se suma la aparición de grupos islamistas, cuya función es la misma que en Oriente Medio: generar conmoción máxima a través de la violencia extrema, para justificar intervenciones militares.
Es en este contexto en el que entra en juego uno de los puntos principales en la agenda de los grupos monopolísticos que dirigen las economías de EEUU y la UE: el TTIP (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión).
El hecho de que el eje atlántico (EEUU y UE) haya perdido en años recientes la primera posición a nivel internacional en cuanto a capacidad productiva y volumen de exportaciones, desplazándose el eje productivo y comercial hacia el pacífico, es la base material y objetiva que explica la necesidad de un acuerdo como éste. Así mismo, el TTIP responde a la necesidad de las diferentes burguesías europeas, que acumulan un elevado desgaste tras más de un lustro de crisis capitalista, de llevar a cabo ataques más profundos a los derechos de las trabajadoras y los trabajadores reduciendo el impacto en su imagen, al trasladar el peso de la decisión a un organismo «sagrado» como es la Unión Europea.
Cuanta más información se tiene sobre el tratado, más preocupante se hacen los efectos a corto-medio plazo que tendrá este acuerdo para la clase trabajadora europea y para el colectivo dedicado a la pequeña producción, especialmente en el campo de la agricultura y la ganadería. Todo ello demuestra, una vez más, que no hay salida posible a la crisis, ni posibilidad de mejores condiciones de vida para la clase obrera sin poner en cuestión la pertenencia de nuestro país a la Unión Europea.
No podría concluirse esta mirada a la lucha de clases que hoy se produce a nivel internacional sin constatar cómo las reivindicaciones y la lucha de las mujeres por la igualdad en el plano laboral, civil y político, por su integridad física y moral, por la libre disposición de su cuerpo y el ejercicio libre de su sexualidad y, en general, contra la violencia machista y la opresión de modelos sociales patriarcales en mayor o menor medida, han conseguido trascender las fronteras nacionales, las particularidades de los territorios y la lejanía entre los continentes, para articular un poderoso vector de lucha y de transformación de enorme potencialidad revolucionaria que objetivamente está llamado a trenzarse con la lucha de la clase trabajadora. Estamos hablando de un sector social en sí con la potencialidad, aunque se excluyan de él las mujeres de las oligarquías explotadoras, que corresponde a casi la mitad de la humanidad. Cabe imaginar su peso en la medida en que se convierta en «sector para sí», consciente de sus intereses comunes y de su fuerza transformadora.
Algo parecido, aunque con mucha menos presencia y capacidad de intervención porque no se sustenta en un «sector en sí» rigurosamente definido, vendría integrado por la preocupación social que se anuda en torno a la defensa del medio ambiente, la biodiversidad y el desarrollo sostenible. En cualquier caso es innegable el incremento social de la conciencia al respeto y la trascendencia de unos postulados que inciden sobre la pervivencia y sostenibilidad del mundo y, por lo tanto, en el porvenir mismo de la especie humana. Su propia naturaleza preventiva y liberadora, su carácter supranacional y la colisión de sus postulados con la lógica del beneficio propia del capitalismo convierten a este mundo del ecologismo en un aliado potencial de la clase trabajadora en la impugnación del sistema capitalista.
Desde estas perspectivas algunas ideas sobre las que configurar nuestro análisis geoestratégico:
En Europa, la UE se ha convertido en el instrumento que utiliza el imperialismo para impedir la posibilidad de que los pueblos europeos sean libres para determinar un modelo económico y social no capitalista y se conviertan en aliados de los países emergentes para aislar el imperialismo de las multinacionales, que tiene su centro en los EEUU, de aquí que el TLC no busque sólo aumentar los beneficios empresariales sino sobre todo evitar que se cuestione por parte de los países emergentes el dominio y configurar una gran zona entre la UE, los EE.UU. y Canadá que sea el centro de dominio económico, político y cultural del planeta, relegando a la periferia a un papel dependiente.
El modelo actual de la UE, una vez cumplido su papel de desmantelar los mercados nacionales y triturar los antiguos estados del COMECOM, ya no les sirve al capital y necesita situar a una parte de la UE en clave de periferia, lo que algunos llaman la Europa de dos velocidades, que concrete institucionalmente las relaciones de dependencia entre el centro y la periferia europea.
En América Latina y el Caribe, esta ofensiva, trata de acabar con los procesos de transformación social que se empezaron a desarrollar a final del siglo pasado, cuando el acuerdo del ALBA derrotó al ALCA y puso sobre la mesa la existencia de otras vías de integración al margen de los EE.UU., se trata de recuperar esta zona como el «patio trasero» del imperialismo y evitar una alianza geoestratégica con otras zonas del planeta que rompa el esquema centro/periferia, sobre el que se basa como ya hemos visto, el imperialismo en este S. XXI.
En Asia está pasando desapercibido un aumento del militarismo (vuelta de los EE.UU a las bases de Filipinas y desarrollo militar de Japón) que busca rodear a China para debilitarla e impedir que juegue ningún papel que no sea de dependencia del capital financiero y de aporte de mano de obra barata para el capital productivo.
Por último en África se ha acentuado la vuelta de un neocolonialismo bajo el argumento de la lucha contra el integrísimo que rompe cualquier posibilidad de autogestión de los recursos naturales de esta zona del planeta en beneficio de sus propios habitantes cada vez más sometidos a guerras y tensiones internas.
Por lo tanto, la consideración de que nos encontramos en una fase imperialista, en la que el capitalismo adopta cada vez más una forma autoritaria, nos debe llevar a plantear la necesidad de alcanzar acuerdos de carácter antiimperialistas con fuerzas que pueden no ser anticapitalistas, pero que sí sitúan en primer lugar la defensa de la soberanía de los pueblos.
En esta alianza antiimperialista, cobra sentido trabajar en la defensa de la paz, el desarme y la cooperación solidaria, situando a la OTAN y a sus satélites como la maquinaria de dominio más potente, cruel e inhumana que ha conocido la historia. El objetivo es evitar que las contracciones internas del capital se resuelvan mediante el aumento de la explotación de los recursos naturales y de los seres humanos de todo el Planeta, como ha ocurrido en otras crisis del capitalismo.
En esta coyuntura, la cuestión para la izquierda marxista, para los Partidos Comunistas, es tener la capacidad para explicar a la clase trabajadora, a las capas populares que frente a la pugna entre el capital especulativo apátrida y el capital productivo nacionalista hay que construir una alternativa sustentada en la superación del capitalismo como sistema económico y social basado en la explotación de unos seres humanos por otros, que esquilma los recursos del planeta en beneficio de unos pocos y construir un Proyecto de Nueva Sociedad basado en la justicia social y la igualdad entre seres humanos, en la solidaridad entre pueblos y en la necesidad de un desarrollo sostenible del planeta.
Debemos ser capaces de plantear una alternativa creíble, cercana, entendible, para lo que es fundamental la batalla de las ideas, porque sobre un conjunto de la sociedad que tenga una formación cultural consumista, insolidaria, es muy difícil construir una alternativa revolucionaria en la que lo importante sea la justicia y la solidaridad de clase.
Esto significa que para hacer frente al imperialismo en el siglo XXI se hace necesario poner en marcha un nuevo internacionalismo, una nueva alianza de quienes sufren la agresión de un sistema cada vez más agresivo y más inhumano. Un nuevo internacionalismo que debe poner en común aportaciones para intentar dar una respuesta estratégica a la necesidad de construcción de un futuro socialista con base en una democracia muy participativa y que dé respuesta al menos a las siguientes cuestiones:
1.La defensa de la Paz mediante mecanismos internacionales que logren unas relaciones pacíficas y justas entre los pueblos y las naciones, para ello es imprescindible acabar con todos los vestigios de colonialismo y derrotar al imperialismo, lo cual incluye la cancelación de las deudas odiosas que mantienen las naciones con los centros financieros mundiales y la construcción de un nuevo orden normativo internacional que promueva relaciones justas y equitativas entre las naciones.
- La Defensa del derecho de los pueblos a su libre determinación plantea la necesidad de resolver problemas históricos que permitan a los pueblos palestino y saharaui vivir en su tierra y tener un Estado que les permita autogobernarse.
3.La producción económica, el consumo y la distribución que debe lograr una sociedad sin clases, necesariamente comprende el acceso equitativo para todos y todas a una educación de alta calidad, asistencia médica, comida, agua, salud, vivienda, trabajo digno, así como el aporte de los instrumentos y condiciones para la realización como persona.
- Relaciones de género, que supongan la eliminación de todo tipo de opresión por cuestión de género o sexo y de mecanización del cuerpo de la mujer.
5.Las relaciones culturales y sociales entre razas, grupos étnicos, religiones, y otros colectivos culturales deben proteger los derechos e identidades de cada comunidad bajo condiciones de respeto mutuo, lo cual incluye la supresión de estructuras racistas, etnocéntricas o cualquier otro tipo de intolerancia, mientras simultáneamente se asegura la prosperidad y los derechos de los pueblos indígenas.
- Las políticas ecológicas deben ser sostenibles, orientadas a cuidar el medio ambiente en concordancia con el objetivo de alcanzar las más altas esperanzas de supervivencia para nosotros y para el planeta y su biodiversidad. Esto también incluye los temas de la justicia climática y la innovación energética.
Es necesario tener conciencia de la importancia que tiene el intercambiar experiencias y coordinar el trabajo de los distintos partidos comunistas y obreros del mundo con el propósito de aprender unos de otros, construir la máxima unidad de acción que sea posible y extender la colaboración a otras formaciones y entidades sobre la base compartida de la lucha antiimperialista.
En el mismo sentido en este momento de ofensiva imperialista en todo el Planeta cobra importancia el desarrollo de Foros y Espacios de cooperación con fuerzas de izquierda y progreso en la configuración de un gran Frente Antiimperialista a nivel mundial.
Elemento fundamental en la lucha contra el imperialismo debe ser el esfuerzo para contrarrestar la más funesta de sus consecuencias: la guerra. Por ello una tarea esencial de nuestro tiempo será el relanzamiento del movimiento mundial por la Paz. Todo ello habrá de conducir a la búsqueda de todas las alianzas posibles, tanto en Europa, como en el mundo, con miras a la plasmación de plataformas, organización de foros, coordinación de jornadas, huelgas y movimientos y, en general, a la articulación de todo el tejido político y social posible contra el imperialismo y por la paz.
Y esa firme y, a la vez, flexible orientación para el trabajo internacionalista de nuestro partido debe tomarse como telón de fondo a tener muy presente también en las tareas políticas de ámbito interno. No sólo por imperativo general de coherencia entre la actuación interna y exterior del Partido, sino porque también dentro del país nos corresponden trabajos políticos con componente marcadamente internacionalista, tales como las movilizaciones de solidaridad con países víctimas de la agresión imperialista, tengan regímenes socialistas o no, como Cuba, Venezuela, Palestina, el Sáhara Occidental o Siria, por situar algunos ejemplos repetidos y característicos, o como las actuaciones en defensa de las personas inmigrantes y refugiadas o las iniciativas de lucha contra los CIEs y las deportaciones, de protección a inmigrantes en riesgo y de denuncia de métodos inhumanos y bárbaros para impedir el acceso de seres humanos a nuestro territorio.
Finalmente, el comportamiento internacionalista, tanto en el trabajo exterior de relaciones internacionales, como en las tareas solidarias a desplegar en el interior, exige una especial sensibilidad y un escrupuloso respeto a los ámbitos donde trabajemos y a la independencia e identidad de las entidades con que nos relacionemos, lejos de cualquier tentación de suministrar recetas «universales» desde la autosuficiencia teórica o desde la actitud eurocentrista.
Dicho todo lo cual, convendría sin duda añadir, que la complejidad y potencialidad de las alianzas y las sinergias en la lucha de clases internacional exige una actitud consciente y proactiva en la promoción de tales alianzas por parte de sus actores, especialmente de la propia clase obrera y de sus vanguardias o intelectuales colectivos, los partidos comunistas. Nada más alejado de la realidad que la suposición de que el sistema acaba por hundirse él solo, lo que hace innecesarias las alianzas, en estos momentos una posición de repliegue y enroque sectario vendría a coincidir finalmente con los planteamientos economicistas de la socialdemocracia y el reformismo más inútiles.
No olvidemos que el fascismo no es otra cosa que la manifestación de un capitalismo nacionalista que trata de convencer a la mayoría de la población que sus problemas no los genera el sistema económico, sino los gestores de ese sistema, y las formas sobre las que se organiza la sociedad, el fascismo no es otra cosa que el intento del capital de utilizar a la clase obrera y las capas populares como carne de cañón en la defensa de sus intereses, buscando siempre un enemigo exterior y otro interior, evitando cualquier cuestionamiento del sistema capitalista
En consecuencia, desde el Partido Comunista de España ponemos de relieve el papel histórico que tenemos los partidos comunistas en estos momentos, en la necesidad de implicarnos en la construcción de un gran movimiento mundial en defensa de la humanidad, de la independencia y soberanía de los pueblos, en su derecho de poner los recursos naturales del planeta y sus riquezas al servicio de resolver los problemas de hambre, enfermedades, educación, vivienda, etc. que sufren todavía miles de millones de seres humanos, un movimiento antiimperialista basado en la más amplia alianza social y política que sea posible, sin sectarismos, ni dogmatismos, sin buscar protagonismos que puedan debilitar la lucha, y por tanto sabiendo jugar el papel que mejor interese dentro de esa alianza para que sea capaz de ganar la batalla al capital en el terreno de juego real en que hoy se desarrolla la lucha de clases.