Publicado en Infolibre por Daniel Bernabé el 21-1-2025.
Pedro Sánchez alertó el lunes 20 de enero sobre cómo “la tecnocasta de Silicon Valley está tratando de usar su poder omnímodo sobre las redes sociales para controlar el debate público y, por tanto, la acción gubernamental”. El presidente está en lo cierto y se agradece su claridad, una que contrasta con la tibieza de Ursula Von der Leyen, que, en Davos, este martes, tan sólo ha acertado a expresar que entramos en un tiempo de “divisiones crecientes” y “dura competencia geoestratégica”.
Las primeras horas del nuevo mandato de Donald Trump se pueden calificar de conmoción y pavor, táctica con la que se denominó a la operación que dio inicio a los bombardeos de Bagdad en 2003. Ahora las víctimas somos todos. Trump ha comenzado por retirar a Estados Unidos de los acuerdos climáticos de París y de la OMS, ha indultado a los asaltantes al Capitolio y ha renombrado el Golfo de México como Golfo de América.
El recién nombrado presidente norteamericano también ha tenido palabras para nuestro país. A la pregunta de un periodista por nuestra contribución presupuestaria a la OTAN, Trump, bien por pura ignorancia, bien por provocación, ha respondido colocando a España dentro de los BRICS, el grupo de países encabezado por Rusia y China, afirmando que iba a incrementar los aranceles en un 100%.
Isabel Díaz Ayuso ha abundado en la confusión al afirmar que “se encargará personalmente” de que Trump sepa que en España “no todos somos parte de los BRICS”. Es oportunista, es ridículo, pero al menos nos demuestra varias cosas: que para vasallo, se nace; que el desbarajuste resulta una efectiva táctica comunicativa; que la más afinada adaptación del trumpismo en España es Ayuso, muy por encima de Vox. De Abascal, que estuvo de invitado en la toma de posesión, poco se ha sabido.
Elon Musk, por su parte, ha conseguido conquistar el protagonismo en estas primeras horas realizando el saludo fascista, por dos veces, en la fiesta posterior al nombramiento presidencial. No, no fue una confusión o un malentendido, un desafortunado gesto que un hábil fotógrafo descontextualiza. Fue una maniobra medida para demostrar que pueden romper todos los límites de lo tolerable y que, aun así, salen indemnes. Pero, ¿quiénes?
A no pocos les pasó desapercibido el lugar prominente que los líderes tecnológicos ocuparon en la rotonda del Capitolio, donde tuvo lugar la ceremonia de investidura. Jeff Bezos de Amazon, Mark Zuckerberg de Meta, Sundar Pichai de Google o el propio Musk estaban situados inmediatamente detrás de Trump y su familia y delante del próximo gabinete presidencial. Una obvia representación de cómo el poder privado de unos millonarios se superpone a toda la arquitectura institucional republicana.
La primera respuesta es la que marca la diferencia entre un magnate y un oligarca. Si el magnate usa su fortuna para intentar influir en la política, buscando exenciones fiscales o eliminación de regulaciones que afecten a sus negocios, el oligarca se inmiscuye directamente en el gobierno, bien patrocinando a cargos de su total confianza, bien ocupando él mismo las instituciones. Es el paso que media entre manipular el sistema y apropiarse por completo del mismo.
¿Cómo han pasado los simpáticos chicos de los ordenadores, aquellos que protagonizaban películas juveniles de los 80, a convertirse en una amenaza para la democracia?
El segundo elemento a tener en cuenta es la desmesura de sus propiedades. Musk vendió Paypal a eBay en 2002 por 1500 millones de dólares, obteniendo unas ganancias de 180 millones. Se calcula que Musk posee hoy un patrimonio de 415.000 millones de dólares. ¿Cómo es posible que alguien, en 20 años, se convierta en el hombre más rico del mundo con diferencia?
El motivo no es, como les gusta contar a sus propagandistas, su visión empresarial, su capacidad de innovación o una inteligencia sin competencia. Musk basa el incremento exponencial de su fortuna en las narraciones. En conseguir capitalizar sus compañías, Tesla y SpaceX, muy por encima de su valor real de negocio. Musk tiene peor producto y vende menos que sus competidores chinos, pero logra que los inversores tomen sus acciones como un valor de futuro asegurado.
Su acercamiento a la política también está motivado por esta fabulosa contraprestación. Musk aportó 200 millones de dólares en la campaña de Trump. En los días posteriores a la victoria de su patrocinado el 5 de noviembre, vio incrementadas sus ganancias en 26500 millones de dólares. Nunca una inversión fue tan rentable.
Si la economía financiera ha crecido descontrolada desde la derogación de la ley Glass-Steagall por Bill Clinton en 1999, aquella que separaba la banca de depósito de la de inversión, en los últimos años los fondos de capital riesgo han tomado un especial protagonismo vinculados a la promoción especulativa de las empresas tecnológicas. Si a esto le sumamos el auge de las criptodivisas, con las que se pretende amortizar la inabarcable deuda estadounidense, tenemos el motor económico detrás del ascenso de estos oligarcas.
Musk y compañía han protagonizado en estas últimas dos décadas algo muy parecido a un asalto estratégico al poder. Han tomado importantes posiciones en la industria aeroespacial, en los mecanismos para producir hegemonía cultural, en el sector de la automoción, en la inversión, el comercio y las transacciones, en el análisis de datos y la defensa. Y por supuesto han multiplicado su influencia política.
Ya no es tanto el dinero que tengas sino los resortes que poseas en relación con el momento productivo. Quien controlaba el acero, el carbón y la fabricación de motores controló el primer tercio del siglo XX. Controlar se refiere a poner y quitar gobiernos: Alemania, 1933; Washington, 2025.
Falta un último elemento: el de las ideas, uno que requiere un artículo propio desglosando cuál es el caldo de cultivo en el que nadan los oligarcas y quién ha sido el muñidor de su radicalización. Apunten un nombre: Peter Thiel.
El objetivo va más allá de la Casa Blanca. Su pretensión es la fagocitación de las estructuras de la sociedad misma: superponerse al Estado y a su capacidad de organización social. Acabar con la vieja y buena máxima de igualdad, libertad y fraternidad y sustituirla por un nuevo modelo censitario. Tienen un plan y medios para conseguirlo. Esto no acabará dentro de cuatro años en unas elecciones convencionales.
Información complementaria: La película que Trump no quiere que veas, disponible en FILMIN
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