PC Shanghai China

Tomado de El País de 22/9/2024.

El plan de China para salvar los aranceles de Occidente: sembrar el mundo de fábricas

El gigante asiático invierte en el exterior miles de millones de euros en plantas, sobre todo de industrias vinculadas a la transición energética, como respuesta a la guerra comercial

China ha entrado en una nueva fase de conquista global. Sus compañías tecnológicas vinculadas a la transición verde han empezado a sembrar semillas por infinidad de territorios. Cada poco se anuncia un acuerdo para colocar la primera piedra de una planta de producción de vehículos eléctricos, de baterías, de electrolizadores para la producción de hidrógeno verde, de paneles solares. En España, en Brasil, en Alemania, en Vietnam, en México, en Turquía, en Hungría.

La nueva tendencia habla de la vocación internacional de Pekín, que busca capitanear un sector en el que se ve un paso por delante de sus competidores. Por capacidad tecnológica y por potencia productiva. Quiere llegar a todos los rincones del planeta. Estar cerca de los mercados clave. La expansión lleva tiempo en marcha. Se ha acelerado tras la pandemia. Y forma parte de la apuesta industrial de la República Popular frente a una economía tocada por el pinchazo de una gigantesca burbuja inmobiliaria: si no revive la demanda interna, habrá que ir fuera a buscarla.

También se ha convertido en la respuesta del gigante asiático para sortear el creciente muro de restricciones comerciales frente a las exportaciones masivas —y fuertemente subsidiadas— que ya levantan la Unión Europea, Estados Unidos y otro puñado de países alertados por la sobrecapacidad china en estos sectores. El atractivo del aterrizaje de las empresas chinas se ha convertido a la vez en una herramienta negociadora de Pekín para tratar de reducir los aranceles, además de un arma de penetración geopolítica con potencial para rediseñar el mapa de amistades, sobre todo en el Sur global. La nueva expansión promete abrir otro capítulo en el vodevil de las disputas comerciales con Occidente. Y podría elevarse a la categoría de guerra comercial 2.0 si llega Donald Trump, instigador de la primera, a la Casa Blanca. “Están construyendo grandes plantas de coches en México, en muchos casos propiedad de China”, alertó el expresidente estadounidense en el debate con la aspirante Kamala Harris la semana pasada. “Están construyendo estas enormes plantas, y creen que van a vender sus coches en Estados Unidos”.

Hay numerosos síntomas de este impulso del gigante asiático. Las inversiones extranjeras directas en nuevas instalaciones en los sectores de componentes electrónicos, energías renovables, equipos originales de automoción y productos químicos alcanzaron su máximo en 2023, con un valor combinado de 78.300 millones de dólares (unos 70.381 millones de euros), según FDI Intelligence, un servicio especializado de Financial Times. Este tipo de inversiones en los sectores de metales y minerales también batieron todos sus registros el año pasado, con unos 37.800 millones de dólares (33.982 millones de euros). China pretende asegurar recursos vitales, dada la importancia de estos sectores para el desarrollo de tecnologías detrás de los vehículos eléctricos, fotovoltaicos, productos de energía eólica y almacenamiento de energía, según estos analistas: “Concuerda con la estrategia más amplia de China de aprovechar los recursos naturales y las tecnologías de transición energética para el crecimiento económico y la influencia internacional”.

El giro se da en un momento en el que la segunda economía del planeta se ha consolidado como exportadora neta de capital para establecer nuevas instalaciones (el llamado greenfield investment). Fue importador hasta mediados de la década pasada. Desde entonces invierte más fuera de lo que recibe. En 2023 superó todos los registros en este campo, según FDI Intelligence. El mayor proyecto anunciado fue un polo tecnológico del gigante del automóvil chino Geely en Malasia, donde se producirán modelos enchufables, valorado en 10.000 millones de dólares (8.988 millones de euros).

El coche eléctrico es el verdadero estandarte de este nuevo despliegue. Es difícil seguir el ritmo de los anuncios, hay una verdadera movilización en marcha. BYD, que se disputa con Tesla el título de mayor productor de enchufables del mundo, ultima una planta en Hungría; ha confirmado su intención de levantar otra en México; pretende empezar a producir en Brasil antes de que acabe el año; ha anunciado otra fábrica en Indonesia; inauguró en junio una en Uzbekistán y otra en julio en Tailandia. Chery, la misma compañía estatal que ha desembarcado en la antigua fábrica de Nissan en Barcelona, también planea su aterrizaje en México, tendrá operativa una planta en Vietnam en 2026 y el año pasado anunció una inversión de 400 millones de dólares (unos 360 millones de euros) en Argentina para construir una fábrica de automóviles, con el apoyo de la industria local de extracción de litio, sector en el que China juega también un rol crucial.

Son solo dos ejemplos, pero hay otras muchas marcas avanzando sus peones: GAC, SAIC, NIO… La UE se ha convertido en uno de los principales campos de juego. China quiere estar presente en uno de los mayores mercados del planeta. Su despliegue ha cogido carrerilla. A pesar de que las inversiones chinas en la UE tocaron mínimos en 2023, las destinadas a toda la cadena de valor del coche enchufable en el continente se dispararon hasta los 4.700 millones de euros, cifra que ha supuesto casi el 70% del total de la inversión extranjera directa china en la UE, y un incremento del 61% con respecto al año anterior, según un informe del instituto Merics. Muchos quieren un pedacito de la tarta. De Europa a África, de Latinoamérica al Sudeste Asiático.

Las numerosas visitas de dirigentes a Pekín son quizá el mejor ejemplo de este cortejo. Solo por poner ejemplos de este verano. Dina Boluarte, presidenta de Perú, dijo tras su paso por China en junio: “Vimos la tecnología que tienen en innovación científica y que manejan. Queremos seguir afianzando esa relación bilateral para recibir todo ese hub científico que tienen y podamos tener un Perú distinto”. Giorgia Meloni, primera ministra italiana, firmó en su visita de julio un memorando de colaboración industrial que incluye vehículos eléctricos y energías renovables, “sectores en los que China ya lleva tiempo operando en la frontera tecnológica… y está compartiendo las nuevas fronteras del conocimiento con sus socios”. To Lam, el nuevo presidente de Vietnam, pieza clave de la estrategia de diversificación de riesgos de numerosas compañías conocida como China+1, firmó en agosto un comunicado conjunto en el que ambas partes animaban a sus empresas a incrementar las inversiones “en agricultura de alta tecnología, infraestructuras, energía limpia, economía digital y desarrollo ecológico”. En septiembre llegó la macrocumbre China-África, con más de cincuenta líderes del continente en la capital del gigante asiático.

El presidente chino, Xi Jinping, inauguró el cónclave con un discurso en el que pidió impulsar una modernización respetuosa con el medio ambiente. “China está dispuesta a ayudar a África a construir motores de crecimiento verde”, señaló. Los líderes africanos le reclamaron inversiones que permitan ascender en la cadena de valor. Y el secretario general de la ONU, António Guterres, otro de los invitados, proclamó: “La alianza entre China y África puede impulsar la revolución de la energía renovable. Puede ser un catalizador para transiciones clave en los sistemas alimentarios y la conectividad digital”. El torbellino de visitas lo cerró la semana pasada el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, en cuya agenda, bien arriba, estaba la negociación de inversiones hacia España. Se llevó algún acuerdo bajo el brazo, como un proyecto de hidrógeno verde de 900 millones de euros del gigante Envision; y hay otros aún pendientes, como una posible fábrica de baterías de CATL, el mayor productor del mundo, en Zaragoza; y otra de coches enchufables de SAIC en Galicia. En China, Sánchez dejó un mensaje amistoso, tendió puentes y reclamó a la Unión Europea que reconsidere su posición tras imponer en julio aranceles provisionales de hasta el 47,6% a los vehículos eléctricos fabricados en el gigante asiático (en agosto fueron revisados a la baja, hasta un 46,3%).

“No necesitamos otra guerra comercial”, dijo Sánchez. “Tenemos que buscar un acuerdo entre la Comisión Europea y China en el marco de la OMC [Organización Mundial del Comercio]. Todos estamos reconsiderando nuestra posición”. Los Veintisiete tendrán que votar en noviembre si convierten los aranceles en definitivos. China es consciente de que sus inversiones pueden ser una carta negociadora para que los Estados miembro reviertan su muro comercial. A la vez, instalarse allí sería una forma de esquivar los aranceles, si es que se acaban confirmando: los coches tendrían el sello “producido en la UE”, dejarían valor añadido, empleo y transferencia de conocimientos. China ha intensificado su coqueteo bilateral con los países. Ha presionado con investigaciones a sectores europeos como el del porcino, el de los lácteos o el del brandy, que podrían hacer un nuevo agujero a la ya maltrecha balanza comercial de varios de ellos. Su ministro de Comercio, Wang Wentao, ha viajado a Bruselas esta semana para reunirse con su homólogo en la Comisión Europea, Valdis Dombrovskis, para tratar de alcanzar un acuerdo, aunque nadie se hace demasiadas ilusiones. “Probablemente también exista un riesgo no despreciable de que las cosas empeoren antes de mejorar”, decía Jens Eskelund, presidente de la cámara de comercio de la UE en China, ante las preguntas de los reporteros la semana pasada en Pekín.

En su opinión, las conversaciones en marcha eran una buena señal. Europa ha dejado claro su descontento con el comercio bilateral. “Hay un fuerte sentimiento de que algo tiene que cambiar. Y creo que también es necesario que China se dé cuenta y reconozca que Europa puede tener preocupaciones legítimas respecto al funcionamiento actual del comercio”, añadía. También consideraba que Pekín no es para nada ajena a las políticas proteccionistas: durante años ha mantenido aranceles de hasta el 25% a la industria del automóvil europeo (al revés eran del 10%) y el requisito de que el 51% de las plantas que manufacturen en China sea propiedad de una empresa nacional. Las medidas han funcionado como una plataforma de aprendizaje para un país en fase de despegue industrial. Ahora las tornas han cambiado. Alexander Brown, analista de Merics, cree que la salida al exterior de China está muy vinculada a sus “enormes problemas de sobrecapacidad” en los sectores verdes por los que ha apostado fuerte el Gobierno.

El exceso productivo está bajando los márgenes en China. En la actualidad conviven en el país 137 marcas diferentes de coches eléctricos; al final de la década solo 19 serán rentables, según calcula la consultora Alixpartners, citada por Bloomberg. Muchas se quedarán en el camino. Este mercado ultracompetitivo está tocado además por una demanda interna átona. Las empresas “buscan aumentar sus ventas en el extranjero, donde pueden generar mayores márgenes”, dice Brown a través de videollamada. Y pueden hacerlo de dos formas: exportando o construyendo capacidad manufacturera en el extranjero. Las exportaciones de lo que Pekín denomina “el nuevo trio” —los coches eléctricos, las baterías y los productos fotovoltaicos— subieron un 30% en 2023, según el Informe sobre el Trabajo del Consejo de Estado (el Gobierno chino), un documento presentado por el primer ministro, Li Qiang, en marzo. Poco después llegaba el contraataque arancelario de EE UU y la UE. “Con el aumento de las barreras”, añade Brown, “estamos viendo mucho más interés en la creación de capacidad manufacturera en el extranjero. Así que creo que los aranceles juegan un papel”. Brown considera que puede ser además un avance positivo para el ecosistema industrial europeo de vehículos eléctricos y baterías. “Generará más puestos de trabajo y aportará conocimientos y tecnología a Europa”, dice, precisamente en un momento en el que Bruselas reflexiona sobre su pérdida de competitividad, tras la publicación la semana pasada del contundente informe de Mario Draghi.

El analista de Merics subraya la ironía: “Es un poco lo contrario de lo que ocurría en China hace 10 o 20 años, cuando invitaban a muchas empresas extranjeras a establecer bases de fabricación en el país”. Cree que tiene sentido hacer lo mismo ahora en la UE. Muchas compañías del gigante asiático son ahora líderes en estos sectores. “Siempre que no surja una dependencia excesiva o una concentración excesiva de empresas de propiedad china”, concluye, “no hay ninguna razón para que no contribuyan al desarrollo de la industria en Europa”. La instalación de fábricas no hará que desaparezca la marejada, consideran sin embargo otros analistas. Podrían disipar las preocupaciones por el empleo y darle a los productos el sello de Fabricado en la UE. “Pero esto sólo resolvería una parte del problema: los productos seguirían saturando los mercados nacionales mientras los beneficios se repatriarían a China”, señalaba en un artículo reciente Mrugank Bhusari, director adjunto del Centro de Geoeconomía del Atlantic Council. En él, decía que la UE no está sola en la preocupación ante las exportaciones chinas.

El temor se extiende por varios países del G20 y más allá. Desde 2023, Argentina, Brasil, India, Vietnam y la UE han iniciado investigaciones antidumping y antisubvenciones contra China. Brasil, Canadá, Indonesia, México, Sudáfrica, Turquía, EE UU y la UE ha impuesto aranceles a determinadas importaciones chinas de alto valor añadido, incluidos, entre otros, los vehículos eléctricos, según el citado artículo. Las barreras comerciales son uno de los símbolos de esta nueva era del proteccionismo: se han aprobado más de 27.000 medidas intervencionistas desde 2019, según Global Trade Alert. Wang Huiyao, exasesor del Gobierno chino y hoy al frente del Center for China and Globalization, asegura que las empresas chinas están deseosas de dar el salto extranjero. “Les gusta invertir en la lucha contra el cambio climático.

Es lo que quieren hacer”, dice por teléfono. También están deseosas de “crear empleos, generar ingresos fiscales para los países locales”, añade, con un listado de argumentos habituales del Ejecutivo chino. Pero denuncia un “entorno hostil” y una “política gubernamental hostil” frente a China, que les frena a la hora de invertir. Cree que las fábricas chinas fluirán hacia los países “amistosos”. Podrían ir a España, Alemania, Italia, Francia, sugiere. “Creo que la mejor política es mejorar las relaciones y acoger las inversiones chinas”. Coautor del libro The challenge of going out, sobre el despliegue internacional de las empresas chinas, Wang recuerda que la deslocalización no es nueva. Lleva unos 30 años en marcha. Ahí están los ejemplos como el del gigante de los electrodomésticos Haier, que empezó su internacionalización en los años 90. Se invertía entonces en fábricas de zapatos, de manufacturas textiles y productos similares. Ahora China juega en otra liga. Con productos “más avanzados” y en los que tiene “ventaja”, dice Wang. “Esta es la tendencia”, concluye. “No solo es que China sea más fuerte; también son productos altamente demandados en el mundo para combatir el cambio climático”. La nueva expansión china va más allá de una reacción ante los aranceles, opina Julien Chaisse, profesor especializado en Derecho económico internacional y arbitraje en la City University de Hong Kong. “Refleja una respuesta estratégica [por parte de Pekín] a la fragmentación mundial en las cadenas de suministro”, cuenta por correo electrónico. El plan lleva en marcha más de una década. “Las empresas chinas se están convirtiendo en actores globales, estableciendo centros de producción fuera de China para evitar aranceles y asegurarse puntos de apoyo económico a largo plazo en regiones como África y América Latina”.

En su opinión, las barreras comerciales de la UE y de EE UU van dirigidas “a reducir el dominio mundial de China en industrias clave” y cree que, en parte, pueden frenar al gigante asiático. “Pero también empujan a sus empresas a ser más ágiles e integrarse globalmente”. Las compañías estarían, según Chaisse, mostrando su capacidad de adaptación y planificación estratégica “a menudo subestimada en los análisis occidentales”. Reconfiguran sus operaciones para esquivar aranceles, mantener el acceso a los mercados esenciales, al tiempo que amplían sus relaciones con las economías emergentes. Mitigan riesgos geopolíticos. Amplían sus esferas de influencia. Su presencia crece en lugares donde la occidental se desdibuja. Y al mismo tiempo establecen sus fábricas en el corazón mismo de Occidente. En 2022, más de 270.000 personas no chinas trabajaban en la UE para empresas chinas. Es muy probable que la cifra siga creciendo.