Para Eric Hobsbawm no son las naciones las que crean el nacionalismo, sino a la inversa, es el nacionalismo quien inventa la nación. Y no le falta razón.

Deberíamos detenernos un momento en que significa “estado plurinacional” o lo que debería ser lo mismo “nación de naciones”, puesto que una de las acepciones de “nación” es “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”.

Lo importante es eso de “una comunidad política”. Es decir, la “nación” es, desde un punto de vista meramente socio-político, un sujeto en el que reside la soberanía constituyente de un Estado.  No olvidemos, que el Estado, cualquier estado, es un instrumento de coerción y dominación de una clase sobre otra.

Entonces el Estado español es una nación, como lo puede ser Francia, EEUU o cualquier otro ente político representado, por ejemplo, en la ONU (Organización de Naciones Unidas).

Detengámonos ahora en la otra acepción del concepto “nación”, entre las más variopintas acepciones del término -en este caso nos movemos en territorios difusos y por tanto caprichosos-  se define una “nación” como una comunidad humana con ciertas características culturales comunes, a las que dota de un sentido ético-político (o como se nos decía en época infausta –una comunidad de destino en lo universal-).

Según lo que con mayor o menor fortuna he tratado de exponer un Estado plurinacional es una comunidad política que en su seno alberga una serie de comunidades humanas con ciertas características culturales comunes.

Y ahí es donde niego la mayor: En una sociedad de clases, la nación como una entidad sociopolítica homogénea no existe. Lo que sí existe en cada nación son clases con intereses y derechos antagónicos (Rosa Luxemburgo).

Y lo mismo debería aplicarse a la segunda acepción de nación. En este caso debemos suponer que “una serie de características culturales comunes” prevalecen sobre la confrontación de clases. El hecho de que los explotadores hablen la misma lengua y/o tengan las mismas tradiciones culturales que los explotados no debería, en ningún caso, hacerles cómplices en lugar de adversarios.

Y me temo que ahí como comunistas e internacionalistas tenemos una carencia importante.  Se supone que siempre nos hemos opuesto a todo privilegio, incluidos aquellos que se enmascaran como «derechos» nacionales“. No caigamos en la trampa nacionalista. Pues esa trampa solo beneficia a las oligarquías, intentan que fijemos nuestra atención en el dedo, cuando debemos mirar a la Luna.

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